La potencia de la muerte es exactamente la misma que la del nacimiento. Es necesario vivir esos momentos con presencia ya que aun en la muerte hay mucha vitalidad. El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac nos lleva de la mano por un maravilloso camino de encuentro y sanación. El amor que emerge ante el hecho de la muerte. Un hijo y su madre entregados a poner el cuerpo en la reconstrucción de un vínculo dañado, como última posibilidad de dar sentido a la existencia. Cruda narrativa que toca lo más profundo de nuestro interior y nos deja una esperanza en medio de tanta oscuridad.
“Pasamos todo el día hablando sin parar, comiendo nueces y manzanas, pero sin decir lo esencial. Me separé de mi madre sin que ella supiera que la había perdonado. Por la tarde se levantó viento y a casa a busca una manta; cuando volví mi madre se balanceaba muerta en la hamaca como una crisálida con un brote de mariposa”.
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