Decir que la novela de Saramago es un clásico en plena vigencia es inevitable, pero lo es aún más el hecho de contar una historia donde conviven personajes capaces de arrancarnos de la comodidad de simples lectores para obligarnos a la admiración o al desprecio, a las lágrimas o la furia, al asco, pasando por la reflexión, el miedo, la tristeza y la bronca.
Es que la palabra “ensayo” no es casual en el título. Con maestría el autor sondea las miserias humanas que provoca una pandemia; así la ceguera -alegoría de una humanidad que ha dejado de ver, de sentir, de pensar- se vuelve el eje que dispara los extensos fragmentos ensayísticos que se ensamblan perfectamente en el devenir de la trama narrativa.
Personajes sin nombre, hechos de indiferencia y ruindad que se mueven a oscuras en un mundo devastado. Un realismo mágico que invita a repensar la ceguera colectiva en la que vivimos a diario. “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos Ciegos, ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven”.
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