Su libros fueron prohibidos por el gobierno japonés de la ocupación, de la derrota y el reacomodamiento, dice Alejandra Kamiya, y redondea la postal de aquel Japón imperial cuya armada y ejército -posteriormente su fuerza aérea también- asolaron las tierras de China y Corea. Ese Japón tradicional que no acepta los cambios y es retratado por Oda a través de los outcasts, los lúmpenes que viven en estos cuentos. Como él mismo dijo: si iba a ser considerado un escritor contrario a la moral pública, más le valía vivir como descarriado. Cuatro cuentos largos que se deslizan por el deseo y el amor, la devoción y la tristeza más humanas posibles. Para caminar por las calles de Osaka de los años treinta, mirando a los ojos a los delincuentes, las prostitutas, los enfermos, el desocupado, el librero devenido vendedor de vinilos, la mujer sola.
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